
Viajes a los andes y a oriente - Por: Alejandra León y Geraldín Acevedo
































Amristar y Boudha - Nepal 2020 - ph: Alejandra León
































Katmandu Pashupinutana - ph: Alejandra León
PEREGRINO
quizá sea la palabra que nos describe con más precisión: alguien que pasa muy rápido, alguien que está aquí pero que va hacia otro lugar, alguien que nunca sabe exactamente qué es lo más importante, el camino o el destino o la persona que lo recorre y lo lleva, y alguien que nunca está del todo seguro de dónde o de dónde vendrá su próximo bocado de pan. Somos viajeros, una conversación entre aquí y allá, que cada uno necesita ayuda visible e invisible a lo largo del camino para sobrevivir. Lo más temible es que un peregrino es, por definición, alguien que está en el extranjero en un mundo de revelación inminente donde algo está a punto de suceder, incluida, y a la vuelta de la esquina, y como parte de su llegada final, su propia desaparición.
La gran medida de la madurez humana es la creciente comprensión de que nos movemos por la vida en un abrir y cerrar de ojos; de que no nos queda mucho tiempo para tener el privilegio de tener ojos para ver, oídos para oír, una voz con la que hablar y brazos para rodear a un ser querido; de que simplemente estamos de paso. Somos criaturas que se vuelven reales a través del contacto, el encuentro y luego el avance; criaturas que, curiosamente, nunca llegan a elegir una u otra. La vida humana es un contacto y un conocerse, y un ir más allá que está en constante cambio, desde las transformaciones que nos ensanchan y nos fortalecen hasta las que nos hacen pasar de consumir a ser consumidos, de ver a ser semiciegos, de hablar con una voz a oír con otra.
Siempre, en el fondo, sentimos que, a la vez, somos el viaje en el camino, el que lo hace y el que ya ha llegado. Vivimos en contextos paralelos y cohabitantes: todavía correteamos por la casa haciendo las maletas y ya hemos ido y vuelto, estamos solos en el viaje y estamos a punto de encontrarnos con las personas que conocemos desde hace años…
Pero si todos somos movimiento, intercambio y conocerse, donde el rechazo a seguir adelante nos vuelve irreales, también somos hombres y mujeres viajeros, con una necesidad irrefrenable de poner en práctica nuestras habilidades y experiencia, nuestra voz y nuestra presencia en el eterno ahora que visitamos a lo largo del camino. Queremos pertenecer mientras viajamos.
La forma en que nos entregamos a ese camino de peregrinación como una iniciación definitiva a la vulnerabilidad y la llegada es una forma de fe, sin saber nunca del todo lo que hay al otro lado del destino, o si sobreviviremos a él de alguna forma reconocible. Curiosamente, nuestra llegada a esa última transición a lo largo del camino es exactamente donde tenemos la perspectiva de entender quién ha estado viajando todo el tiempo.
En esa perspectiva, podría ser que la fe, la fiabilidad, la responsabilidad y la fidelidad a algo indecible sean posibles incluso si somos viajeros, y que nos hagamos mejores compañeros, más fieles, y de hecho peregrinos en este viaje que nunca se repetirá al combinar el precioso recuerdo del "entonces" con la asombrosa, pero dada por sentada, experiencia del "ahora", y ambas con lo increíble, y casi imposible, "que está a punto de suceder".
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PEREGRINO
De CONSOLACIONES: El consuelo, el alimento y el significado subyacente de las palabras cotidianas.
2016 © David Whyte